Las cuatro bocas
Pasamos por el Paraje de la Cuatro Bocas, allí donde se cortan en
cruz dos caminos reales y donde tuvo lugar El Combate de Cayastá, en el
que murió otro gobernador de Santa Fe, Mariano Vera, y el último de los
hermanos Reynafé, gobernador de Córdoba.
Corría el año 1840. Lavalle iniciaba desde Corrientes su marcha
contra Rosas. Mariano Vera se desprendía con una columna desde
Corrientes para sublevar el litoral, acompañado por Francisco Reynafé y
el respaldo del gobernador Ferré y del General Lavalle. Estos contaban a
su vez, con el apoyo de la escuadra francesa surta en Montevideo, que
desde 1838 bloqueaba el río de la Plata, y en esos momentos invadía el
Paraná, en liso atropello a la soberanía.
Seguía la disputa de federales y unitarios en una larga guerra civil.
Algunos partidarios de la última fracción, que conspiraban exiliados
desde el Uruguay, habían conseguido la protección gala, y alentaban a
hombres de armas para que se levantasen contra Rosas, quién resistía el
bloqueo representando a la confederación Argentina. Tales sugestiones
habrán decidido a Vera, ex gobernador de Santa Fe y sostenedor del
federalismo, a moverse desde su retiro porteño con hombres de la divisa
opuesta, llevando quizás otros motivos, como u altivez frente a la
influencia absorbente del Restaurador, y la oportunidad que tenía de
recuperar el poder que, más de 20 años atrás, Estanislao López le
arrebatara en Santa Fe. El cordobés Reynafé intentaría lo mismo en su
provincia, esperando también revertir la sentencia de muerte que pesaba
sobre él por el asesinato de Facundo Quiroga.
Desde Europa, ante el cuadro de la invasión foránea y la discordia de
los emigrados del país, un guerrero conmovido en sus fibras ofrecía el
sable al servicio de la Confederación. Conociendo las miras de la
potencia imperial, y viendo amenazada la emancipación de América, José
de San Martín, que empeñara su vida en la Independencia, cerraba el
ofrecimiento expresando: "La conducta (de Francia) puede atribuirse a un
orgullo nacional cuando puede ejercerse contra un Estado débil.....
pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno
espíritu de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria, y
reducirla a una condición peor, que la que sufríamos en tiempos de la
dominación europea. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer
desaparecer". (Carta dirigida a Rosas, fechada el 10 de julio de 1839).
Como al impulso enérgico de esas palabras, el 26 de marzo de 1840, la
tierra solitaria y adormecida en Cayastá, despertó de la siesta
temblando bajo los cascos de corceles y sintiendo al río repetir sones
de alaridos y clarines.
Escoltados por barcos franceses que se avistaban en los arroyos
profundos, los soldados unitarios habían llegado hasta el lugar,
comandados por Vera, y acampaban aguardando la adhesión de los
calchines, tribu asentada más al sur, cuyos indios de lanza solían
engrosar los ejércitos del General López, y entonces reforzaban la
guardia apostada en el fortín de la Vuelta del Dorado. Con el fin de
conseguir a estos aborígenes, los invasores traían al jefe de sus
parientes mocovíes del San Javier, cacique Navitaquín. Pero cuando fue
librado a su albedrío, el cacique siguió de largo para alertar al
gobernador Juan Pablo López, quién poniéndose en marcha con su escolta
buscó a los rinconeros, incorporó a los calchines de su lado, y cargó de
improviso sobre los unitarios, sorprendiéndolos completamente. Estos se
retiraron en desorden. Mas el jefe, arraigado en su estirpe, no pudo
retroceder. Vera quedó peleando solo, hasta que lo exterminaron a
lanzazos, dejando desamparados sus despojos. Mientras, Reynafé buscaba
la muerte antes que se la diera el enemigo, ahogado al desbarrancarse a
caballo bajo las aguas del Quiloazas.
La escuadrilla de los buques extraños, después de recoger algunos
soldados de la tropa desbandada, se alejaría de aquellas barrancas,
empujada por la corriente. (34)
Se remitió a las demás provincias el parte de la victoria. El
gobernador de Santa Fe fue condecorado por el de Buenos Aires.
Estableciendo en sus considerandos que el combate era un triunfo de las
armas confederadas sobre la intervención extranjera, dictó el General
Rosas un decreto que ordenaba grabar medallas con inscripciones
patrióticas, y las mandó para que las llevasen en sus pechos los
vencedores de Cayastá.
Los fragores de esa guerra se habían apagado ya por el campo de la
lid, cuando veintisiete años más tarde - ignorando sin duda el episodio -
recibían su posesión los de Tessières-Boisbertrand, para hacerlo servir
al trabajo en paz de la agricultura, y al tranquilo pacer de los
ganados. |
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