*Su dueño fue Don Manuel Madeira, apodado "El Portugués", quien se dedicó a tareas comerciales.
*Su particular disposición en la traza urbana, sin un registro preciso de la limitación de la propiedad, avanza sobre el espacio de la calle, generando un espacio de notable singularidad.
*De antiguedad similar a la Iglesia.
*A una cuadra del Antiguo Camino Real (hoy calle Santa Rosa)
*En esa época las escrituras de tierras llevaban la inscripción "¡Viva la Santa Federación!, ¡Mueran los Salvajes Unitarios!"
*Alguna vez un fabricante de ladrillos de la zona costera santafesina expresó:"...en esa casa estuvo descansando el Brigadier López, cuando desde San José del Rincón, los blandengues y las milicias rinconeras impedían el ingreso de los invasores unitarios y de los aborígenes...".
*Y ahí cerquita, según la tradición oral el célebre cacique Mateo El Grande fue muerto por rinconeros en 1820. Había mantenido en jaque a la ciudad de Santa Fe y al mismo Brigadier López durante años.
(p.51, El Paisaje Costero en S. J. del Rincón -Otros vestigios coloniales- Zarza; Graciela y González; Clelia).

miércoles, 19 de marzo de 2014

Todos los 19 de marzo se conmemora el Día del Artesano, también llamado para la religión católica como día de San José



José era el esposo de la Virgen María y el padre de Jesús. Su oficio era el de carpintero y por ello se celebra este día como el Día del Artesano.

En cada pueblo o ciudad del mundo podemos encontrar a una persona hábil que realiza esculturas, tallado en madera, adornos, pinturas y muchas otras cosas más. Estas personas son llamadas artesanos.

Los artesanos son reconocidos como los genios creadores que mantienen el arte y la cultura tradicional de cada región del mundo. Ellos trabajan con sus manos, creando diferentes obras las cuales son únicas y siempre son distintas entre sí.La creatividad es la capacidad que tenemos todas las personas de crear cosas nuevas y valiosas. No solo aparece cuando realizamos una obra de artes plásticas, sino que la creatividad interviene cuando escribimos un cuento, cuando realizamos trabajos científicos, cuando construimos algo o resolvemos problemas. Esta se puede estimular y desarrollar, ayudando a mejorar nuestra inteligencia.

Los artesanos fueron reconocidos en toda la historia como las personas que utilizando su creatividad y habilidad con las manos, crearon objetos únicos e irrepetibles. Hoy en día, a pesar de que existen muchas máquinas que realizan los mismos trabajos que los artesanos, estos son reconocidos como creadores de obras de arte. La gente admira los trabajos realizados por ellos, quienes hacen realidad objetos que sólo ven en su imaginación. 

domingo, 9 de marzo de 2014

a 203 años de la Batalla de Tacuarí, recordemos al tamborcito y al Sargento Pedro Bustamante, santafesino que lo reemplazó al morir Pedro Ríos

La Batalla de Tacuarí (o Tacuary) (9 de marzo de 1811) fue un combate ocurrido en la actual ciudad de Carmen del Paraná, sur del Paraguay, entre fuerzas de la Junta de Buenos Aires, al mando de Manuel Belgrano, miembro de la Primera Junta argentina de Gobierno, y las tropas de la Provincia del Paraguay al mando del coronel Manuel Atanasio Cabañas.

http://concepcioncorrientes.wordpress.com/acerca-de/historia/tambor-de-tacuari/
El Tambor de Tacuarí, escultura de Luis Perlotti.
 Nació en 1798 aqui en  Yaguareté-Corá,  este pueblito que hoy se llama Concepción.
A fines de 1810 pasó por allí Manuel Belgrano con su reducido ejército, rumbo al Paraguay. Según Francisco Atenodoro Benítez, citado por Enrique Mario Mayochi, Belgrano con alguno de sus oficiales se dirigió al oratorio para rezar ante la imagen de San Francisco de Asís, patrono del poblado. Al salir de la capilla para visitar la escuelita local, fue rodeado por varios paisanos que le pidieron los incorporase al ejército. Entre ellos estaba el niño Pedro Ríos, por entonces de doce años, quien insistía en que Belgrano lo incorporase a su tropa.
Manuel dudó en un principio, pero el padre del niño, Antonio Ríos, antiguo maestro rural, le dijo: “No sólo doy mi consentimiento, sino también le ruego que lo acepto, porque yo, con mis 65 años de existencia, soy un hombre anciano, y la entrega de mi hijo es la única ofrenda que puedo hacer a la Patria”.
En el ejército de Belgrano había un comandante cuya visión estaba muy disminuida, quien pidió al general que aceptara al niño para que le sirviese de guía. Y así ocurrió.
Cuando llegaron al Paraguay, los patriotas debieron enfrentar la resistencia del gobernador Bernardo de Velazco. La primera batalla tuvo lugar en Paraguarí, donde Pedrito tomó a su cargo el tambor cuando el encargado del mismo ocupó un lugar como soldado.
El 9 de marzo de 1811 se desarrolló el duro combate de Tacuarí. Belgrano, con 250 hombres, debió enfrentar a 2.000. Siete horas duraron las acciones.
Pedrito, redoblando con los palillos el parche de su tambor, alentaba a los soldados de la Junta de Buenos Aires hasta que dos balas de fusil pusieron fin a su vida.
El tambor de Tacuarí no fue una leyenda sino una realidad. El niño-héroe debería ser recordado cada año en las escuelas, como dispuso el Consejo Nacional de Educación en 1912.
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/05/31/escenariosysociedad/SOCI-11.html
retrato a lápiz del Sargento Pedro Bustamante (autoría de M. Garcilaso), perteneciente a la colección patrimonial.
El Sargento Bustamante nació en 1793 en Soledad, departamento San Cristóbal. Allí se formó junto a su padre, uno de los blandengues establecido en esa línea de fortines que se ubicaba en “la frontera norte” contra los indios.
A los 14 años participó junto a otros santafesinos en la defensa de Buenos Aires frente a las Invasiones Inglesas (1806 y 1807). Vuelto a Santa Fe, prestó servicios en la frontera y en 1810 se sumó a las fuerzas de Belgrano en la expedición al Paraguay.
En la batalla de Tacuarí, al morir el recordado “Tamborcito”, el joven Bustamante asumió la tarea. Integró luego el batallón que acompañó el primer izamiento de la Bandera nacional, en Rosario; junto a Belgrano, luchó en las batallas de Tucumán y Salta, y se afirma que en los comienzos fue parte de las milicias de la campaña libertadora de San Martín. En tiempos del Brigadier Estanislao López estuvo a sus órdenes, como Sargento de Tambores, y hasta que su cuerpo y años le permitieron, siguió prestando servicios en Santa Fe.
Murió el 1º de julio de 1883, en la pobreza y olvidado. Sólo diez años antes, el pueblo de la capital provincial alcanzó a tributarle un emotivo homenaje en la plaza 25 de Mayo. Allí, Bustamante, llorando y casi ciego, tocó “su última diana de la patria vieja”.
Sus cenizas descansan en el cementerio municipal, donde existe un monolito con placa recordatoria.


martes, 4 de marzo de 2014

EL CARNAVAL SANTAFESINO DEL SIGLO XVIII

Los primeros corsos santafesinos tenían su recorrido, que comenzaba en calle Comercio (hoy San Martín) desde la Plaza de Mayo hasta Tucumán, doblaban para volver por San Gerónimo y llegar a calle 23 de Diciembre (hoy Gral. López). Algunos años después se extendió hasta Humberto 1º (hoy Hipólito Irigoyen), y finalmente hasta Boulevard.

También en el Paseo de la Ondinas, en la actual intersección de Rivadavia y 1° Junta, se juntaban los criollos y marinantes a bailar con sus damas hasta la madrugada.
El teatro Argentino, de calle Lisandro de la Torre entre San Martín y 25 de Mayo, se bailaba después de la función de teatro. Otro teatro que participaba era el Politeama, ubicado en San Gerónimo y 1° Junta.

El último día de la fiesta se realizaba el “entierro del Carnaval”, que se trataba de la quema de un muñeco llamado “Judas” relleno de cohetes y bombas de estruendo. A esta ceremonia acudía toda la población de Santa Fe, y se llevaba a cabo en el barrio sur.
Los bailes del Carnaval eran célebres y existían varios puntos de encuentros, entre ellos el Club del Orden, reuniendo a las familias. También se organizaban en las casas particulares, y entre los bailes populares de destacaba el de la Plaza de Mayo, donde tocaba la Banda de Policía y una orquesta de acordeones y guitarras.
Las comparsas dieron su toque de alegría en estas fiestas. Tal vez la primera fue la llamada “Alegría” presidida por Nicolás Fontes, y en la que participaban, entre otros, Bartolomé Aldao, Juan Arzeno, José Gálvez, Francisco Clucellas, etc.
Se conocía en la misma época la comparsa “La Juventud”, dirigida por el coronel Ricardo Basso, e integrada por Néstor de Iriondo, Ricardo Aldao, Sebastián Puig, para nombrar algunos; siendo su orquesta dirigida por Vicente Geannot.
Durante la época de las revoluciones y disturbios políticos las comparsas no concurrían a los corsos por temor a enfrentamientos armados. Pero pasados estos acontecimientos, en abril de 1878, se forma la comparsa “La Fraternal” que reúne a los bandos en pugna hasta ese momento.
Terminado el corso, las bandas recorrían las casas de familia, para dar serenatas prefiriendo las casas de las novias o “festejantes” de los que formaban la comparsa.
Estos bailes duraban hasta pasada la medianoche, y los visitantes eran agasajados con vasos de agua fresca de aljibe, licor de rosas y cerveza. Las niñas regalaban a los presidentes de las comparsas, y a sus “festejantes” espléndidas coronas y ramos de flores naturales.
Otras comparsas que se destacaron en la historia de los carnavales fueron: “La Marina” en 1878; “Los Locos” en 1880; “Los Negros”  y “Los Monos” en 1883; “Los Murmuradores”; “Los seis”; “Los Guitarreros”; “Los Luises”, “Los Hijos de la Noche”; “La Tuna”; “Marinos en tierra”; “Los Descamisados”; “Los Invencibles”, entre otras.




Los Carnavales
(mediados del siglo XIX)

Después de las fiestas de Guadalupe vienen las de Carnaval. Desde nuestra azotea, dominamos la plaza y calles adyacentes. En las casa vecinas, preparan el Carnaval con varias semanas de anticipación. Una cantidad enorme de huevos previamente vaciados con precaución, se llenan con agua perfumada, cerrándolos en uno de sus extremos por redondeles de tafetán verde, azul y rosa, engomados. Estos huevos se distribuyen en canastillas, cajas y bolsas a los caballeros de la casa. Cuando no es suficiente la provisión, se recurre a las mulatas y negras que venden esos proyectiles, indispensables en tiempo de Carnaval. Los aguateros van y vienen sin descanso, vaciando sus barriles en todos los recipientes imaginables, que se acumulan tras de los antepechos de las azoteas.
Terminados estos preparativos, ya puede empezar el Carnaval, y se inicia, en efecto, a la señal de un cañonazo, el lunes a mediodía, dándose comienzo a las hostilidades. En seguida desembocan, por todas las calles, escuadrones de jinetes que van y vienen a gran galope, recorriendo todos los circuitos posibles. Las damas aparecen en las azoteas y a poco el bombardeo, se hace general. Las señoritas arrojan agua en todas formas sobre los caballeros.
Los caballos, asustados bajo la inesperada catarata, se encabritan, dan coces, se abalanzan y ponen a prueba la habilidad de los jinetes. Estos, con la mano que tienen libre, lanzan huevos, uno tras otro, a la altura de las azoteas. Las damas los evitan como pueden pero los proyectiles se suceden con tal rapidez, que pronto, peinados y vestidos dejan ver las señales de la batalla. Al más arrojado, ágil y diestro de los jugadores se le arroja desde los balcones una gran corona de laureles rosas, que se pone como adorno al pecho del caballo, proclamando así la victoria del jinete. Las frases alegres, los desafíos, las réplicas, las agudezas, suben y bajan como proyectiles, desde los balcones a la calle y desde la calle a los balcones.
No bien se aleja una banda de jinetes ya aparece otra, para continuar el asedio, encontrando siempre a las bellas dispuestas a la defensa. El juego, renovado de continuo, dura toda la tarde. A las seis, otro cañonazo interrumpe las singulares justas, aplazándolas hasta el día siguiente.
En la calle, los chiquillos, armados de aparatos muy semejantes a los del “Enfermo de aprensión”, se esfuerzan por mojar a los paseantes y hacen penetrar los chorros de agua por puertas y ventanas cerradas con precaución en estos días. Nunca terminan estos juegos sin algún accidente: son lastimaduras en los ojos o en la cabeza, producidas por los huevos lanzados de muy cerca, o bien caídas de los caballos que resbalan sorprendidos por el agua y los gritos, despidiendo al jinete o apretando a los viandantes.
Pero esto no significa nada. Todos se divierten despreocupadamente, llenos de alegría y vuelven a casa calados hasta los huesos, cansados a no poder más y dispuestos a recomenzar al día siguiente.
Cuentan que Rosas, el mejor jinete de su tiempo, no dejaba nunca de mostrar sus habilidades en Carnaval. Solía llegar al galope frente a las casas de algunas bellezas porteñas, sofrenaba el caballo hasta ponerlo en dos patas y mientras lo hacía girar por completo en esa posición, arrojaba a los balcones un ramo de flores, antes de que el animal asentara las patas delanteras. He visto hacer esta prueba en Santa Fe, y resultaba muy lucida, pero requiere una gran destreza y mucho dominio en el manejo del caballo.

Lina Beck Bernard.
Cinco años en la Confederación Argentina 1857-1862.
El Ateneo. Buenos Aires. 1935.