Entre los primeros pobladores que llegan con Juan de Garay, figura Antón Martín, a quien en los posteriores repartos de tierra que hace el fundador de Santa Fe, se le otorga un predio en el mismo lugar que hoy se levanta San José del Rincón. Durante años estas tierras se reconocieron como el "pago de Antón Martín".
Trasladada la ciudad en el siglo XVII, Antonio de Vera y Mujica obtuvo que tres leguas de esa zona fueran destinadas a algunos de los nuevos pobladores que venían a asentar sus reales en la vasta estancia de Lencinas; y así, de esta manera el viejo pago se convirtió en una hermosa tierra de "pan llevar", además de sus óptimas condiciones para el pastoreo. De aquí surgieron los primeros ranchos.
Entre 1712 y 1718 -anota Furlong- el Cabildo surgió a los vecinos, que aún vivían en Santa Fe, se trasladaran a sus tierras rinconeras y levantaran allí sus casas, habiéndose construido un pequeño fuerte para defenderlos contra el ataque de los indígenas.
Cervera en su "Historia de Santa Fe", anota que por 1777 los vecinos de Rincón y Añapiré quejánbase "de hallarse sin sacramentos por falta de cura" y dos años después, insistían que, muriendo muchos vecinos sin asistencia religiosa, y habiéndose acrecentado las estancias en los alrededores, se cumpliese con la Real Cédula que ordenaba que cada cuatro leguas debía fundarse una Iglesia parroquial, agregando que no habiendo subvenciones eclesiásticas se recurriese a la Real Caja.
En la visita hecha por el obispo Malvar y Pinto en 1785 hizo presente la necesidad de levantar una capilla en el Rincón y dio licencia para ello, ya que los pobladores de la zona no podían asistir a los oficios religiosos de Santa Fe por su lejanía.
En noviembre de 1787 el cura Vicario, Juan Antonio Guzmán pidió licencia para levantar una capilla, a su costa, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, solicitud que le fue concedida.
Desde el comienzo de la época independiente, el pago de Rincón adhirió con sus pocos vecinos a la gesta libertadora, aportando sus hijos para la guerra que Santa Fe tuvo que soportar contra los españoles en el período de 1810 a 1814 y, posteriormente, participando en las luchas civiles, especialmente contra los invasores porteños. En el primer aspecto, los rinconeros tuvieron una lucida actuación, colaborando decididamente con el gobierno en que las fuerzas marítimas de los realistas de Montevideo, incursionaban por nuestro litoral fluvial. Son numerosos los documentos que destacan la colaboración prestada por estos criollos, ya sea como "espías", dando información de las naves que surcaban el Colastiné, de las fuerzas que poseían; rumbo que tomaban o el lugar donde se guarecían. Y en otras oportunidades, cuando los marinos españoles desembarcaban en las proximidades de sus riachos, los vecinos, chuza en mano pelearon cuerpo a cuerpo contra los invasores. En su función de vigías -señalan en abril de 1811- que un barco español trataba de engañarlos, pero hoy, "lo tenemos fondeado frente al Colastiné ... una canoa -agregan- de los que salieron a la descubierta, casi se ha encontrado con él, porque está metido en un rincón que hace el río (Archivo General de la Nación).
Cuando se produce en mayo de 1816 la revolución de los santafesinos, al mando de Mariano Vera y Estanislao López, contra las fuerzas del Ejército de Ocupación de Buenos Aires, señala el acta capitular que en Añapiré se ha levantado la Primera Compañía de Blandengues... "unida con las Milicias del Rincón" para desalojar a los invasores. Y desde Rincón nombre con que actualmente se le conoce de San José del Rincón.
En una carta enviada al gobernador López señala el religioso que ha tomado diversas medidas creando fondos, para aumentar los del Estado, ya que no alcanzaban -agregan "para la fundación de la Iglesia, Pueblo y Escuela en su desierto, cual es el Rincón de Antón Martín y que ahora se llama Rincón de San José".
Luego de pasado mas de un año, escribe otra carta al gobernador santafesino, rindiendo cuenta de su labor. Destaca que en la escuela que ha fundado "se enseña juntamente con la gramática latina, la geografía, el dibujo y la música teórica, ejercitándose además, los niños y muchachos en el manejo del arpa. Las artes mecánicas -añade- también se enseñan en mi escuela, para cuyo efecto tengo instalados una carpintería, una herrería, una relojería y una escuela de pintura. A largas distancias creerán que miento, peroV.S. y toda la provincia saben que no quedo corto en la relación que hago. Refiere luego a la evangelización de los "indios guaycurúes o mocovíes y abipones", señalando que ha adoptado a un indiecito al que ha bautizado con el nombre de Felipe, y que a la razón se han agregado otros cuatro.
Relata la vida comunitaria con los indígenas, los oficios religiosos y los cor... que forman estos discípulos. "Los tiempos que medáin -agrega- entre estas funciones se dedican a la educación física y a divertirse, ya en la danza, ya en la m...rona, ya en la lucha, en correr caballos , manejar una canoa o nadar en el Paraná...". Finalmente da cuenta de la aplicación del método Lancaster en la enseñanza de las primeras letras y otros estudios superiores.
En sus nuevos pasos, no abunda el fraile su vocación periodística, y, en consecuencia solicita se le facilite la imprenta "del finado General Carrera"; para instalarla en Rincón, y constituir allí su valuarte. Su pensamiento era fundar tres diarios, a titularse: "El Santafesino a las otras provincias de la Unión", "Población y Engrandamiento del Chaco" y "Obras póstumas de nueve sabios que murieron de retención de palabras".
Desgraciadamente, Rincón no pudo convertirse en llameante centro periodístico, debido a que la imprenta de los Carreras no pudo recomponerse por estar dispersas sus partes en Santa Fe y Entre Ríos.
Largo sería de historiar la vida de San José del Rincón. Con el tiempo, es indudable, fue creando en todo sentido, pero no mucho. Y ahí está lo interesante. No se dejó seducir nunca por los arrestos progresistas del siglo que vivimos, ni pretendió ser más de lo que siempre fue. Vivir en su señorial territorio fue siempre una delicia para el espíritu. Con muy poca mezcla de sangre, su población, criolla hasta la médula, permaneció fiel a las viejas tradiciones, a sus costumbres de siempre, a su arcádica existencia.
Quien recorra su recinto sentirá fluir de sus antiguas postales todo el alma colonial. Sus casas de adobe, sus hermosas rejas, sus sendas arenosas, el riacho de los Ubajaes, sus islas y todo lo que lo rodea no ha perdido el encanto de siempre, y un hábito entre mágico y misterioso, vaga impenitente por sus calles, como evocando épocas de glorias o recuerdos de una existencia nostalgiosa que en vano se pretende convocar.
Mientras tanto su laxitud nos envuelve y nos remite a un tiempo que no podemos precisar ni definir, pero que se agolpa en nuestro costado como una permanente instancia de vida.
J.R.L.R.
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